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vendredi 7 septembre 2018

La Virgen Maria


Los aspectos de María son numerosos: es madre y es esclava, tiene confianza y permanece fiel, se hace misionera, se nos hace cercana, vive en el santuario de su corazón, mujer de vida interior acoge y se alimenta de la palabra: el Verbo, está iluminada por el niño que toma forma en ella, la que ha creído sin haber visto ora en la Iglesia y se difumina en la Iglesia.

1-Fe y disponibilidad:

Cuando recibe la llamada, María se muestra muy dispuesta. Se llama sierva y toda su vida se convierte en espacio para el niño que germina en su seno. Pero es una sierva-madre, que se entrega con toda la fuerza e ilusión propias del amor materno. María pone a la disposición de Jesús una generosidad sin límites: inteligencia, corazón, cuerpo, hoy, mañana, siempre, en la alegría de Navidad, en la huida a Egipto, en la rutina cotidiana de Nazaret, tan larga y tan sencilla, y en el gran dolor de la muerte del Hijo. Esta disponibilidad es esencialmente amor. Es una disponibilidad humilde, de sierva, en el sentido más bíblico del término “servidor-sierva”, con la nobleza que le habían dado los anawim, los humildes de Dios.

2-Fe y confianza:

María vive una fe confiada. No calcula el camino que deberá recorrer. Si Dios le dice: “Estoy contigo, el Espíritu Santo vendrá sobre ti, el Poder del Altísimo te cubrirá”, María tiene plena confianza en Dios y emprende el camino de la aventura del Mesías que llega. El cardenal Angelo Comastri, cuando era obispo de Loreto, veía el sí de María de este modo:
“Con su sí, María no pide a Dios el mapa del viaje,
para conocer el itinerario y calcular las dificultades.
Su fe es un sí pronunciado mirando a Dios en los ojos,
y confiando ciegamente en la bondad que brillaba en ellos.”

3-Una fe despierta:

María es como una mujer que tiene la puerta de su casa abierta para que todos los mensajeros de Dios puedan entrar. Está constantemente evangelizada por Gabriel, por José, por Isabel, por los pastores, los magos, y en el Templo, por Simeón y Ana. Presta atención a las primeras palabras de Jesús: “¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?”(LC. 2, 49), y las guarda en su corazón. Es una fe humilde, atenta, creciente, que discurre de sorpresa en sorpresa bajo los impulsos del Espíritu. María sobrepasa todas nuestras experiencias de fe. Para ella, como para nosotros, Jesús es un hombre siempre nuevo, sus palabras abren horizontes nuevos; sorprende, fascina, conmociona, no deja que la fe se adormezca y toma el camino extraño del Calvario, tan contrario a la naturaleza humana, tan contrario a un corazón de madre, pero tan conforme con la sabiduría de Dios. En el Calvario, María no está ausente; se mantiene de pie, junto a la cruz del Hijo. Sigue el camino del Hijo, vive la fe de quien ha dado todo al Hijo, la fe de la que nos ha dado al Hijo, la fe en el Hijo que se despoja de todo, que se entrega por entero. Es una lógica que sorprende los cálculos de nuestra lógica; es la lógica de Dios.

4-Una fe vivida en el corazón:

La fe de María es como una planta cultivada en el corazón. Crece a la sombra de la reflexión y de la plegaria.Es una fe guardada todos los días, toda la vida. Llega a ser la luz que ilumina los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas. La Anunciación ha sido un día de fuego. María cultiva este fuego en el corazón durante toda su vida y se convierte en luz que ilumina nuestra fe. El corazón que conserva todo lo que se dice de Jesús y todo lo que dice el Maestro, llega a ser el laboratorio de la fe: “En cuanto a María, ella consideraba todos estos acontecimientos buscando su significado… Y su madre guardaba todos estos acontecimientos en su corazón” (Lc. 2, 19 y 51).

5-La fe y la palabra:

El Magnifícate está entretejido de reminiscencias del Antiguo Testamento. Aquí descubrimos una nueva riqueza del corazón de María: está lleno de la palabra de Dios, vive de la palabra de Dios. La fe se fortalece gracias a la familiaridad con la palabra de Dios. Por ella es iluminada, reanimada, alimentada, se vuelve más audaz. La palabra de Dios formaba lo esencial de la plegaria de María y expresaba su fe. La exhortación apostólica Ver bum Dominio, contemplando la fe de María, afirma: “…es necesario mirar allí donde la reciprocidad entre la Palabra de Dios y la fe se complementan por entero; es decir, María con su sí a la Palabra de la Alianza y a su misión, completa perfectamente la vocación divina de la humanidad… María, desde la Anunciación hasta Pentecostés, se nos presenta como la mujer totalmente dispuesta a la voluntad de Dios… Virgen en actitud de escucha, vive en total concordancia con la palabra de Dios”

6-Fe y solidaridad:

María utiliza los salmos de sus antecesores, vive en comunión con la fe de los suyos; es una fe que nace en el interior de la comunión de los santos. No se trata de una fe solitaria; es más bien una marcha con todos los pobres de Dios, bajo la luz de la palabra. El Magnifícate es un resumen de la historia del pueblo de Dios. Esta historia tiene su origen en Abraham, que había recibido las promesas, y llega a María, a su hijo, que las realiza. Pero María recorre todas las generaciones y las contempla protegidas por la misericordia de Dios. De este modo, María se muestra fuertemente enraizada en su pueblo, en la aventura de su pueblo. Contemplando esta mujer llena de la palabra de Dios y poseída por la Palabra, la exhortación apostólica Ver bum Dominio dice: “La Iglesia debe situarse como dentro de la palabra, para dejarse proteger y alimentar, como si fuera un seno materno, a ejemplo de la Virgen María.
No solamente es solidaria con la plegaria de su pueblo; en Cana vemos cómo María se solidariza con todos nuestros problemas. La fe-solidaridad de María hunde sus raíces en la historia de su pueblo y en el presente de los hombres. Por eso la percibimos cercana, en nuestro presente. Pero al mismo tiempo, la fe de María está como conducida por la fe de su pueblo: la fe es también un don de la comunidad de los creyentes. Cuando María recuerda al Dios fiel de generación en generación, evoca en cierto modo la fe de los suyos. Vive también la fe de los anawim. En ella se hace patente la fe de los profetas, la fe de David, el gran predecesor del Mesías.
María no vive sólo de la fe de los que la han precedido, la fe de José le abre el camino a una maternidad dichosa. Con su fe, con su disponibilidad, José salva a María y al hijo que llevaba, garantiza el futuro del niño y de la madre. La fe vive en la comunión de los santos. María no es sólo una fuente de abundantes gracias; también las recibe de los demás: de José, de Isabel, de Zacarías, de los pastores, de los magos, de Simeón y de Ana… y más tarde, de los apóstoles y sobre todo del discípulo amado y de los que en el Cenáculo oran con ella. María es como un lugar de encuentro donde convergen la fe de los antepasados y la de los que viven con ella y desde donde se irradian ejemplos extraordinarios de fe para los futuros discípulos.

7-La fe y la alegría:

Hay también un aspecto gozoso de la fe de la Virgen María que le permite no preocuparse demasiado ante los peligros, no vivir el futuro con angustia. Esta alegría estalla en el Magníficat y nos revela el clima interior de María: recibía más gozo del niño en su seno que la inquietud de los peligros reales que se cernían sobre ella. Jesús era no tanto una fuente de problemas como una fuente de paz, de fuerza y de alegría. La fe no es una aventura solitaria. Aquél en quien creemos está con nosotros y para María era la evidencia del niño que llevaba. La epístola a los Hebreos dirá de Jesús que es “el iniciador de nuestra fe y el que la lleva a su cumplimiento” (Hb.12,2). La primera palabra de Gabriel había resonado con claridad en los oídos de María: “¡Alégrate!”. Constatamos que la fe alegre de María ilumina los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas. Estos dos capítulos están llenos de cantos alegres. Isabel abre la serie, la sigue el Magníficat, el canto de Zacarías, el de los ángeles el día de Navidad (Lc. 2, 11), el de Simeón y de Ana en la Presentación del niño en el Templo. La alegría procede del cielo y se expande sobre la tierra. Es la alegría de los tiempos mesiánicos.

8-Fe y fidelidad:

En María, la fe es también fidelidad. Ésta abarca toda la vida de María. Jesús va a estar en compañía de su madre desde su concepción, luego en su infancia, en su adolescencia, y durante el tiempo de maduración lenta de la llamada profética, su vocación a ser el Mesías. María estará presente en el primer milagro de Caná y en el último milagro de la Cruz; entra en casa del discípulo amado y se encuentra en oración con el primer grupo de los que creen en su Hijo. Vemos que es una vida totalmente entregada.
La fidelidad es uno de los pilares de la fe.

9-Fe y misión:

La fe también encuentra su medida en la misión: el tesoro debe ser llevado y ofrecido, la luz encendida para que ilumine la casa, el perfume debe ser derramado para que su aroma llene la sala del banquete. La Visitación nos propone en verdad, una madre en misión. Podemos decir con certeza que el viaje de María a la alta montaña de Judea es la primera misión cristiana: María lleva al niño por los caminos del mundo, lo introduce en la familia de Zacarías, la primera familia cristiana. Isabel dirá de María y de su Hijo: “¿Qué he hecho yo para que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc. 1, 43). Caná es otro momento de la misión de María, induce a su Hijo a manifestarse, a revelar su gloria para que nazca la fe de los discípulos. La fe de la madre ilumina la de los discípulos. La fe de la madre es contagiosa. La fe de María asume los problemas humanos, es una fe humana, enraizada en lo real: “¡No tienen vino!” (Jn. 2,3). Dirige su mirada a Cristo, pero también hacia nosotros.
María está también de misión cuando en la familia se dice que Jesús ha perdido la cabeza. Se coloca al frente de la familia y la conduce hasta su Hijo: el encuentro con el Hijo producirá la luz. En el primer grupo de discípulos que esperan al Espíritu están también los hermanos de Jesús; han pasado desde el escándalo a la fe.

10-La fe y sus frutos:

“Se reconoce al árbol por sus frutos” (Lc. 6, 43). Ahora bien, María ha dado al mundo el Fruto de la Vida y ha sido la primera en amar a Dios en carne humana. Este amor de la madre ha consistido en cuidar al niño, vivir con él, alimentarlo, protegerlo, educarlo, iniciarlo en la plegaria y la vida de su pueblo, crearle espacios de libertad. Esta fe comprende también todo el sufrimiento inherente a la maternidad, no sólo en el momento del nacimiento, sino en todas las inquietudes que una madre debe afrontar para conducir a su hijo a la plena madurez. Cuando esta vida llega a ser dramática y con mucho riesgo, la madre se hace aún más presente: “De pie, junto a la cruz de Jesús se encontraba su madre” (Jn. 19, 25). El capítulo 25 de Mateo nos revela a un rey pobre, hambriento, sediento, en prisión… Jesús no dice que es amigo del pobre, del hambriento…sino que tiene hambre, que está enfermo, que está en prisión. El hombre y su Señor comparten la enfermedad y la prisión ya que forman un todo… María ha amado y salvado a un niño inerme que querían matar. Lo ha educado conforme a nuestras palabras, a nuestra sabiduría humana; ha guiado sus primeros pasos vacilantes. La fe de María está llena de amor: Jesús se convierte en el centro absoluto de su vida. En todos los detalles de la fe de María, el amor está presente. La fe no es una noción sino una pasión concreta, práctica.
 Canción: Cómo no amarte


jeudi 26 avril 2018

La personalidad de Jesus, Modelo de vida



  Jesús es la personificación de la libertad, de la nobleza, del equilibrio y, sobre todo, del Amor. Revela en todo su comportamiento una excepcional riqueza afectiva. Es el Hombre enteramente libre y enteramente para los demás.

Jesús arrastra, cautiva y convence. Tiene un gran poder de atracción. Porque une en sí maravillosamente el vigor y la ternura, la energía más viril y la más extremada delicadeza. Posee una lucidez mental que sobrecoge y, al mismo tiempo, una insobornable libertad frente a todos y frente a todo. Nada le arredra. Pero tampoco es un temerario. Sabe lo que quiere y lo quiere de verdad. Es capaz de sentir miedo, temor, tristeza e incluso angustia mortal. Y, sin embargo, es inaccesible al desaliento. Posee un equilibrio sorprendente.
Sinexaltaciones y sin abatimientos. Aun en los momentos más decisivos de la prueba, saca fuerzas de flaqueza para reaccionar con energía, siempre en fidelidad amorosa a la voluntad del Padre.

 No conoce la insensibilidad ni la apatía; y, menos todavía, la frialdad. Es perfectamente Hombre y Hombre perfecto.

 Los discipulos por medio de los evangelios nos hacen descubrir a Jesús en diferentes fascetas de su personalidad, de su humanismo, su humanidad por su modo de actuar en diversas situaciones:

a) Un hombre libre
Ya desde su adolescencia (cf. Lc 2,41-52) Jesús se manifiesta como un hombre libre frente a todo y frente a todos los que puedan obstaculizar su misión. Libre frente a su familia (cf. Mc 3,21) y a sus amigos (cf. Mc 8,31-33). Libre frente al poder político de los romanos (cf. Lc 13,31-33). Y libre, sobre todo, frente a los ritos, las prescripciones y las costumbres del judaísmo de su tiempo, cuando él creía que se convertían en obstáculos para cumplir la auténtica voluntad de Dios y servir al bien del hombre. Fue precisamente esta libertad la que irritó a todos los poderes constituidos, que decidieron acabar con él.

b) Un hombre con una experiencia religiosa profunda y original
Hay un elemento fundamental en la vida de Jesús: su obediencia radical y su confianza total en Dios, a quien le llamaba «Abba» («papá»). Lo que alimentaba su vida y daba sentido a toda su actuación era hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34). Y ésta era también la motivación y la fuerza que hacía posible su libertad: necesitaba ser libre para amar y obedecer al Padre.
No es de extrañar, pues, que fuera un gran orante: dedicaba largas horas todos los días a dialogar con el Padre (cf. Lc 6,12), y nos ha dejado oraciones de una profundidad y belleza inigualables (cf. Mt 11,25-26; Lc 11,1-3; Jn 17; Mc 14,36). Y fue precisamente su rica y original experiencia de Dios lo que quiso transmitirnos. El objetivo último de toda su vida fue manifestarnos a un Dios cercano, amigo de los hombres, liberador, que se preocupa de los últimos, que sabe acoger y perdonar y que nos convoca a todos a la gran fiesta de su Reino. En una palabra, a un Dios que es «Buena Noticia» para el hombre.

c) Un hombre con una gran sensibilidad
La fortaleza de su carácter se armonizaba con una gran riqueza de sentimientos. Era sumamente sensible para apreciar las maravillas de la naturaleza: le gustaban los montes y el mar, y se fijaba en la belleza de las flores y de los pájaros (cf. Mt 6,26-30). Pero sus sentimientos se manifiestan sobre todo en las relaciones humanas. Siente una compasión espontánea ante todo tipo de necesidad o desgracia (cf. Mc 1,41; Lc 7,11-17; Mc 6,32-33); ama profundamente a sus amigos y llora ante su muerte (cf. Jn 11,35-38; 18,8); se indigna ante la injusticia o la adulteración de la religión (cf. Mc 3,5; 10,14; Jn 2,13-22); se angustia profundamente ante la perspectiva de su muerte (cf. Mc 14,33).
''Jesús modelo de vida en nuestra vida ''

d) Un hombre para los demás
Jesús dijo que «no había venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). En efecto, nunca buscó su propio interés, no se preocupó de su propia fama (cf. Mt 8,20), no buscó dinero ni seguridad alguna (cf. Lc 16,3), tampoco buscó el poder (cf. Jn 6,15), no vivió para una esposa ni una familia y supo renunciar a sus proyectos para servir a los demás (cf. Mc 6,32-37). Fue siempre un hombre disponible para los otros.
Además, sabía acoger a cada persona en su originalidad y en su problemática irrepetible. No pensaba en la humanidad, sino en cada hombre y en todo hombre que se cruzaba en su camino, como Zaqueo (cf. Lc 19,1-10), la samaritana (cf. Jn 4), la adúltera (cf. Jn 8,2-11)…
Y, sobre todo, estuvo siempre de parte de los que necesitaban ayuda para ser libres y encontrar la verdad de su vida: el pueblo humilde (cf. Mc 6,34), la gente inculta (cf. Jn 9,34), las personas de mala reputación (cf. Lc 7,36.50), los enfermos (cf. Mc 1,23-28), las mujeres (cf. Lc 8,2-3) y los niños (cf. Mc 10,13- 16).

d) Cristo es de verdad realista
No se pierde nunca en abstracciones. Sus palabras son sencillas, directas, incisivas y, al mismo tiempo, tan profundas que a veces producen vértigo. Nunca se terminan de comprender, y se convierten para la conciencia humana en un permanente y vigoroso revulsivo interior, capaz de conmover los cimientos mismos de la persona y de la sociedad. Son como esos rostros que nunca se terminan de mirar, y que cada vez invitan a viajar hacia nuevas y mayores profundidades.


 e) Jesús que ama a todos
No desprecia nada. Lo ama todo, y ama a todos y a cada uno con amor personal e inconfundible. Pero
no se deja sobornar ni subyugar por nada ni por nadie. Tiene y mantiene siempre una plena y absoluta libertad interior y exterior.


f) Jesus que nos transforma
Sólo el encuentro personal con Jesús es capaz de transformar a alguien por dentro, desde su misma urdimbre y desde sus más profundas raíces que el mismo Jesús suscita por medio del Espíritu, y en el que nuestra acción propia consiste o debe consistir en dejarnos
encontrar por él, ya que es él quien de verdad nos sale al encuentro, y tratar de conocerle, consintiendo activamente en su acción transformadora).


g) Jesús, modelo acabado de humildad y mansedumbre (cf Mt 11, 29), de equilibrio y sensatez, tuvo y manifestó unas pretensiones inauditas. 
Afirma ser superior a los más grandes personajes del antiguo testamento. Se considera también superior a las grandes instituciones tradicionales . Se atribuye el poder de perdonar los pecados, prerrogativa exclusiva de Dios . Jamás insinúa un sentimiento de culpa o de arrepentimiento, porque se sabe libre de todo pecado. Manifiesta una relación con el Padre de asombrosa intimidad, de comunión perfecta, de igualdad. Se sabe 'plenipotenciario' de Dios, con todo poder en el cielo y en la tierra, capaz de dar la vida y de resucitar a los muertos, juez de todos, preexistente a la misma creación del mundo, con palabras que nunca pasarán. Se atreve a decir de sí mismo lo que nadie jamás se atrevió a pensar o a decir, ni en el colmo de su locura: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn l4, 6).
 Puede exigir y exige la disponibilidad total, e incluso perderlo todo de hecho ‑los bienes materiales, los lazos humanos más sagrados, la integridad física y hasta la propia vida‑ para seguirle.
Si Jesús no fuera más que un Hombre, estas pretensiones serían no sólo inauditas, sino blasfemas. Pero Jesús confirmó con sus obras y, sobre todo, en la resurrección toda la verdad de sus palabras y de su vida
 Cuando Jesús pide ‑exige‑ que sus seguidores le amen a él más que al padre y a la madre, a la mujer, a los hijos, a los hermanos e incluso más que a sí mismos, advierte claramente que perderlo todo ‑la integridad física y hasta la propia vida‑ por él es la suprema manera, la única manera, de ganarlo todo para siempre. Es una auténtica paradoja y parece casi un contrasentido; pero es una gran verdad.

Porque es cierto ‑aunque no resulte evidente a primera vista‑ que nunca existe verdadero conflicto entre el amor verdadero a Cristo y el verdadero amor a sí mismo y a los demás. (Habría que subrayar las tres veces el adjetivo verdadero). Y que el auténtico amor a Cristo y el amor auténtico a nosotros mismos (también habría que subrayar ahora las dos veces el adjetivo auténtico) coinciden exactamente, hasta identificarse, pues no son propiamente dos amores, sino uno solo.

Canción : Me has seducido Señor




Fuentes de informacion : 

http://www.franciscanos.org/temas/discipuloscap1.html
 http://www.ciudadredonda.org/articulo/la-persona-y-la-personalidad-de-jesus


La Virgen Maria

Los aspectos de María son numerosos: es madre y es esclava, tiene confianza y permanece fiel, se hace misionera, se nos hace cercana, vi...