Los aspectos de María son numerosos: es madre y es esclava, tiene confianza y permanece fiel, se hace misionera, se nos hace cercana, vive en el santuario de su corazón, mujer de vida interior acoge y se alimenta de la palabra: el Verbo, está iluminada por el niño que toma forma en ella, la que ha creído sin haber visto ora en la Iglesia y se difumina en la Iglesia.
1-Fe y disponibilidad:
Cuando recibe la llamada, María se muestra muy dispuesta. Se llama sierva y toda su vida se convierte en espacio para el niño que germina en su seno. Pero es una sierva-madre, que se entrega con toda la fuerza e ilusión propias del amor materno. María pone a la disposición de Jesús una generosidad sin límites: inteligencia, corazón, cuerpo, hoy, mañana, siempre, en la alegría de Navidad, en la huida a Egipto, en la rutina cotidiana de Nazaret, tan larga y tan sencilla, y en el gran dolor de la muerte del Hijo. Esta disponibilidad es esencialmente amor. Es una disponibilidad humilde, de sierva, en el sentido más bíblico del término “servidor-sierva”, con la nobleza que le habían dado los anawim, los humildes de Dios.
2-Fe y confianza:
María vive una fe confiada. No calcula el camino que deberá recorrer. Si Dios le dice: “Estoy contigo, el Espíritu Santo vendrá sobre ti, el Poder del Altísimo te cubrirá”, María tiene plena confianza en Dios y emprende el camino de la aventura del Mesías que llega. El cardenal Angelo Comastri, cuando era obispo de Loreto, veía el sí de María de este modo:
“Con su sí, María no pide a Dios el mapa del viaje,
para conocer el itinerario y calcular las dificultades.
Su fe es un sí pronunciado mirando a Dios en los ojos,
y confiando ciegamente en la bondad que brillaba en ellos.”
para conocer el itinerario y calcular las dificultades.
Su fe es un sí pronunciado mirando a Dios en los ojos,
y confiando ciegamente en la bondad que brillaba en ellos.”
3-Una fe despierta:
María es como una mujer que tiene la puerta de su casa abierta para que todos los mensajeros de Dios puedan entrar. Está constantemente evangelizada por Gabriel, por José, por Isabel, por los pastores, los magos, y en el Templo, por Simeón y Ana. Presta atención a las primeras palabras de Jesús: “¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?”(LC. 2, 49), y las guarda en su corazón. Es una fe humilde, atenta, creciente, que discurre de sorpresa en sorpresa bajo los impulsos del Espíritu. María sobrepasa todas nuestras experiencias de fe. Para ella, como para nosotros, Jesús es un hombre siempre nuevo, sus palabras abren horizontes nuevos; sorprende, fascina, conmociona, no deja que la fe se adormezca y toma el camino extraño del Calvario, tan contrario a la naturaleza humana, tan contrario a un corazón de madre, pero tan conforme con la sabiduría de Dios. En el Calvario, María no está ausente; se mantiene de pie, junto a la cruz del Hijo. Sigue el camino del Hijo, vive la fe de quien ha dado todo al Hijo, la fe de la que nos ha dado al Hijo, la fe en el Hijo que se despoja de todo, que se entrega por entero. Es una lógica que sorprende los cálculos de nuestra lógica; es la lógica de Dios.
4-Una fe vivida en el corazón:
La fe de María es como una planta cultivada en el corazón. Crece a la sombra de la reflexión y de la plegaria.Es una fe guardada todos los días, toda la vida. Llega a ser la luz que ilumina los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas. La Anunciación ha sido un día de fuego. María cultiva este fuego en el corazón durante toda su vida y se convierte en luz que ilumina nuestra fe. El corazón que conserva todo lo que se dice de Jesús y todo lo que dice el Maestro, llega a ser el laboratorio de la fe: “En cuanto a María, ella consideraba todos estos acontecimientos buscando su significado… Y su madre guardaba todos estos acontecimientos en su corazón” (Lc. 2, 19 y 51).
5-La fe y la palabra:
El Magnifícate está entretejido de reminiscencias del Antiguo Testamento. Aquí descubrimos una nueva riqueza del corazón de María: está lleno de la palabra de Dios, vive de la palabra de Dios. La fe se fortalece gracias a la familiaridad con la palabra de Dios. Por ella es iluminada, reanimada, alimentada, se vuelve más audaz. La palabra de Dios formaba lo esencial de la plegaria de María y expresaba su fe. La exhortación apostólica Ver bum Dominio, contemplando la fe de María, afirma: “…es necesario mirar allí donde la reciprocidad entre la Palabra de Dios y la fe se complementan por entero; es decir, María con su sí a la Palabra de la Alianza y a su misión, completa perfectamente la vocación divina de la humanidad… María, desde la Anunciación hasta Pentecostés, se nos presenta como la mujer totalmente dispuesta a la voluntad de Dios… Virgen en actitud de escucha, vive en total concordancia con la palabra de Dios”
6-Fe y solidaridad:
María utiliza los salmos de sus antecesores, vive en comunión con la fe de los suyos; es una fe que nace en el interior de la comunión de los santos. No se trata de una fe solitaria; es más bien una marcha con todos los pobres de Dios, bajo la luz de la palabra. El Magnifícate es un resumen de la historia del pueblo de Dios. Esta historia tiene su origen en Abraham, que había recibido las promesas, y llega a María, a su hijo, que las realiza. Pero María recorre todas las generaciones y las contempla protegidas por la misericordia de Dios. De este modo, María se muestra fuertemente enraizada en su pueblo, en la aventura de su pueblo. Contemplando esta mujer llena de la palabra de Dios y poseída por la Palabra, la exhortación apostólica Ver bum Dominio dice: “La Iglesia debe situarse como dentro de la palabra, para dejarse proteger y alimentar, como si fuera un seno materno, a ejemplo de la Virgen María.
No solamente es solidaria con la plegaria de su pueblo; en Cana vemos cómo María se solidariza con todos nuestros problemas. La fe-solidaridad de María hunde sus raíces en la historia de su pueblo y en el presente de los hombres. Por eso la percibimos cercana, en nuestro presente. Pero al mismo tiempo, la fe de María está como conducida por la fe de su pueblo: la fe es también un don de la comunidad de los creyentes. Cuando María recuerda al Dios fiel de generación en generación, evoca en cierto modo la fe de los suyos. Vive también la fe de los anawim. En ella se hace patente la fe de los profetas, la fe de David, el gran predecesor del Mesías.
María no vive sólo de la fe de los que la han precedido, la fe de José le abre el camino a una maternidad dichosa. Con su fe, con su disponibilidad, José salva a María y al hijo que llevaba, garantiza el futuro del niño y de la madre. La fe vive en la comunión de los santos. María no es sólo una fuente de abundantes gracias; también las recibe de los demás: de José, de Isabel, de Zacarías, de los pastores, de los magos, de Simeón y de Ana… y más tarde, de los apóstoles y sobre todo del discípulo amado y de los que en el Cenáculo oran con ella. María es como un lugar de encuentro donde convergen la fe de los antepasados y la de los que viven con ella y desde donde se irradian ejemplos extraordinarios de fe para los futuros discípulos.
7-La fe y la alegría:
Hay también un aspecto gozoso de la fe de la Virgen María que le permite no preocuparse demasiado ante los peligros, no vivir el futuro con angustia. Esta alegría estalla en el Magníficat y nos revela el clima interior de María: recibía más gozo del niño en su seno que la inquietud de los peligros reales que se cernían sobre ella. Jesús era no tanto una fuente de problemas como una fuente de paz, de fuerza y de alegría. La fe no es una aventura solitaria. Aquél en quien creemos está con nosotros y para María era la evidencia del niño que llevaba. La epístola a los Hebreos dirá de Jesús que es “el iniciador de nuestra fe y el que la lleva a su cumplimiento” (Hb.12,2). La primera palabra de Gabriel había resonado con claridad en los oídos de María: “¡Alégrate!”. Constatamos que la fe alegre de María ilumina los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas. Estos dos capítulos están llenos de cantos alegres. Isabel abre la serie, la sigue el Magníficat, el canto de Zacarías, el de los ángeles el día de Navidad (Lc. 2, 11), el de Simeón y de Ana en la Presentación del niño en el Templo. La alegría procede del cielo y se expande sobre la tierra. Es la alegría de los tiempos mesiánicos.
8-Fe y fidelidad:
En María, la fe es también fidelidad. Ésta abarca toda la vida de María. Jesús va a estar en compañía de su madre desde su concepción, luego en su infancia, en su adolescencia, y durante el tiempo de maduración lenta de la llamada profética, su vocación a ser el Mesías. María estará presente en el primer milagro de Caná y en el último milagro de la Cruz; entra en casa del discípulo amado y se encuentra en oración con el primer grupo de los que creen en su Hijo. Vemos que es una vida totalmente entregada.
La fidelidad es uno de los pilares de la fe.
9-Fe y misión:
La fe también encuentra su medida en la misión: el tesoro debe ser llevado y ofrecido, la luz encendida para que ilumine la casa, el perfume debe ser derramado para que su aroma llene la sala del banquete. La Visitación nos propone en verdad, una madre en misión. Podemos decir con certeza que el viaje de María a la alta montaña de Judea es la primera misión cristiana: María lleva al niño por los caminos del mundo, lo introduce en la familia de Zacarías, la primera familia cristiana. Isabel dirá de María y de su Hijo: “¿Qué he hecho yo para que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc. 1, 43). Caná es otro momento de la misión de María, induce a su Hijo a manifestarse, a revelar su gloria para que nazca la fe de los discípulos. La fe de la madre ilumina la de los discípulos. La fe de la madre es contagiosa. La fe de María asume los problemas humanos, es una fe humana, enraizada en lo real: “¡No tienen vino!” (Jn. 2,3). Dirige su mirada a Cristo, pero también hacia nosotros.
María está también de misión cuando en la familia se dice que Jesús ha perdido la cabeza. Se coloca al frente de la familia y la conduce hasta su Hijo: el encuentro con el Hijo producirá la luz. En el primer grupo de discípulos que esperan al Espíritu están también los hermanos de Jesús; han pasado desde el escándalo a la fe.
10-La fe y sus frutos:
“Se reconoce al árbol por sus frutos” (Lc. 6, 43). Ahora bien, María ha dado al mundo el Fruto de la Vida y ha sido la primera en amar a Dios en carne humana. Este amor de la madre ha consistido en cuidar al niño, vivir con él, alimentarlo, protegerlo, educarlo, iniciarlo en la plegaria y la vida de su pueblo, crearle espacios de libertad. Esta fe comprende también todo el sufrimiento inherente a la maternidad, no sólo en el momento del nacimiento, sino en todas las inquietudes que una madre debe afrontar para conducir a su hijo a la plena madurez. Cuando esta vida llega a ser dramática y con mucho riesgo, la madre se hace aún más presente: “De pie, junto a la cruz de Jesús se encontraba su madre” (Jn. 19, 25). El capítulo 25 de Mateo nos revela a un rey pobre, hambriento, sediento, en prisión… Jesús no dice que es amigo del pobre, del hambriento…sino que tiene hambre, que está enfermo, que está en prisión. El hombre y su Señor comparten la enfermedad y la prisión ya que forman un todo… María ha amado y salvado a un niño inerme que querían matar. Lo ha educado conforme a nuestras palabras, a nuestra sabiduría humana; ha guiado sus primeros pasos vacilantes. La fe de María está llena de amor: Jesús se convierte en el centro absoluto de su vida. En todos los detalles de la fe de María, el amor está presente. La fe no es una noción sino una pasión concreta, práctica.
Canción: Cómo no amarte